sábado, 28 de noviembre de 2009

Homenaje a Agnesse

no me pedirías tu misma tranquilidad de sepulcro
sabiendo que tengo frío


te imagino diciéndome
no te rompas
no te deshagas
corré hasta que el sol queme tu cara

y la orfandad gravita
rompo mi nombre en tu nombre
deshago mi ahogo en agua

acaso es verdad
-las manos más bellas que jamás hayas visto-

te busco detrás de los vidrios
y delante de ellos
vos sabes cuanto hice
y eso es por haberte tenido
mas
quince años es mucho para perderte
poco para encontrarte



28 de noviembre de 2009

lunes, 19 de octubre de 2009

"el cielo se acuarela de frío se hace espasmo y se sienta al borde del silencio"

allí donde se puede oír
gritar con todo el ancho de la boca
hasta astillarse la lengua

apropiarse de los latidos de los dioses
y ver
como se ilumina tu propia cara
sólo
con la brasa de un cigarrillo
cuando las estrellas no alcanzan
y el empeño
es buscarlas
debajo del agua

-el miedo se esconde
en la espalda del sol
hecho perro-

necesitamos parir cada amanecer
para luego morir la siesta

y sentarse
al borde del silencio

jueves, 8 de octubre de 2009

Octubre

pensar en octubre
es decir soles verdes
es un fulgor tras otro en un anillo
un sueño que nunca fue

pensar en octubre
es orfandad cubierta
un patio testigo
una escalera cómplice

pensar en octubre
es una puerta de iglesia
una manzana que late
tinta derramada sobre el alma

pensar en octubre
son mil ochocientos sesenta mares
un zaguán mudo
un hasta luego de tantos años

pensar en octubre
es una reja de almendras
un nudo de libertad
una caja de bombones

pensar en octubre
es deletrear madre
tener las manos de mariposas
llenarse los pulmones de paraíso

pensar en octubre
es un sueño azul
ocho maneras de nacer
una sola de amar

miércoles, 29 de julio de 2009

Improvisación

la improvisacion como una idea de antes del origen de antes del crudo
es adelantar la mañana despertando a las aves en las sombras
improvisar es arrojar guijrros al río sin volver a mirar atras
es pisar el empedrado mojado de rocío con los pies denudos
es un rumor en la nuca de antes de ayer
colgar libros de un cordel en medio de la magrugada
es un grito ahogado un golpeteo cadencioso
son naranjas y azahares juntos
es una primavera en medio de la helada

sábado, 18 de julio de 2009

"primero hay que saber sufrir, despues amar, despues partir y asi andar sin pensamiento..."

mientras se espera eso que llamamos magia
solemos cantar
hay quienes lo hacemos por pura costumbre
debajo de la ducha
en el auto y fuerte con las ventanillas levantadas cuando nadie escucha
en un murmullo al escribir una nota
hay quienes suben a un escenario
con solemne desfachatez o desfachatada solemnidad

hay quienes ponen su voz para un anuncio
y quienes ponen sus cuerdas vocales al servicio de quien lo necesite
se puede cantar como una sirena o como un pez

hay rumores de árboles detrás de las esquinas
y esquinas dobladas por voces cadenciosas

vos cantas con el alma
simplemente con la grandeza del alma cuando nadie escucha

mientras esperamos eso que llamamos magia

sábado, 27 de junio de 2009

Para que las palabras no basten es preciso alguna muerte en el corazón. A.P.

a veces sueño
sueño que tengo un cuchillo entre mis manos
y con él corto la noche en dos
para adelantar la mañana

sueño que Tristán Tzara no me cree
que me llamo Laura en la ciudad de Bernárdez o soy
la Yolanda de Silvio hecha canción

no es ser musa lo que deseo
sino ser amada hasta que duela
-no hasta quedar descarnada- no es lo mismo

alguna vez alguien escribió
que mis cuadernos eran espiralados
cómo cáscara de naranja y que mi presencia crepitaba

me fui de los sueños
-que no es lo mismo que despertar-
y es de ellos de quienes estaba hablando

a veces sueño que tengo un sueño
y duermo plácidamente

camino por una cornisa
y alguien se da cuenta
recién cuando estoy cayendo

despierto
siempre es mejor despertar
a caer de la cornisa

Patricia Mestroni


sábado, 30 de mayo de 2009

creación literaria

Cuando se tiene algo que decir se escribe en cualquier lado.
“En un cuarto infernal o sobre una bobina de papel. Dios y el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras”
Roberto Arlt.

te invito a poder plasmar en palabra escrita todas aquellas emociones que tengas guardadas

es mi sangre que escribe
desde un nombre impronunciable

hallo la manera de decirlo
en la virginidad de este momento

pasos alados
caracolean en sombra
se mecen en el silencio

hasta doler

jueves, 12 de febrero de 2009

¿Encontraría a la Maga?

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts; a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida pie se asomaría a viejos portales en el ghetto de Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aún así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos fríos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu’en biver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.
¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que este jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la orilla derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Léonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Léonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Léonie, Maga; y sé, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado hace miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allí a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacía preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes más altos. Y te calentabas en su estufa de gran caño negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, sólo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aún ahora, acodado en el puente, viendo pasar una pinaza color borravino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aún ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que para llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Léonie.
Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metimos en un café del Boul’Mich’ y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.
Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde creí, más tarde hubo razones, hubo madame Léonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. “Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts.” (Una pinaza color borravino, Maga, y por qué no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)
Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo-Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la araña Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un afil. Y entonces en esos días íbamos a los cine-clubs a ver películas mudas, porque yo con mi cultura, no es cierto, y vos pobrecita no entendías absolutamente nada de esa estridencia amarilla convulsa previa a tu nacimiento, esa emulsión estriada donde corrían los muertos; pero de repente pasa por ahí Harold Lloyd y entonces te sacudías el agua del sueño y al final te convencías de que todo había estado muy bien, y que Pabst y que Fritz Lang. Me hartabas un poco con tu manía de perfección, con tus zapatos rotos, con tu negativa a aceptar lo aceptable. Comíamos hamburgers en el Carrefour de l’Odéon, y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse, a cualquier hotel, a cualquier almohada. Pero otras veces seguíamos hasta la Porte d’Orléans, cono-cíamos cada vez mejor la zona de terrenos baldíos que hay más allá del Boulevard Jourdan, donde a veces a medianoche se reunían los del Club de Serpiente para hablar con un vidente ciego, paradoja estimulante (...)